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Las mujeres mapuche y el feminismo

Mar 13, 2022

Por Elisa Loncon Antileo || Ciper Chile

Más de un millón de mujeres pertenecen a los nueve pueblos indígenas reconocidos por la ley chilena. ¿Son feministas? Y si lo son ¿cómo conviven la defensa del género y las tradiciones ancestrales, que desde una mirada occidental parecen ser patriarcales? En este imprescindible e iluminador texto, la autora expone la vida de la mujer indígena que sufre una discriminación que excede al género. Y da luces de cómo la cosmovisión indígena entiende lo masculino y lo femenino y se enfrenta al machismo.

Créditos imagen de portada: Migrar Photo

En la sociedad mapuche y en los pueblos indígenas en general hay diversidad de pensamiento y diversidad de mujeres. No todas las hermanas indígenas se reconocen feministas, fundamentalmente porque consideran que su cultura promueve igualdad entre los hombres y mujeres y porque el feminismo se ha caracterizado por centrarse sólo en los derechos de género, dejando de lado la lucha interseccional que han impulsado a lo largo de la historia las mujeres indígenas.

La mujer indígena lucha por la educación de sus hijos, por la lengua, la cultura, por el territorio, la vida de la naturaleza, entre otros.  En el último tiempo, algunas mujeres han construido su propio feminismo reivindicando la igualdad de género e instalando una lucha sostenida contra la discriminación, el racismo, la pobreza, y la defensa de la tierra. La mapu tiene vida y hay que respetarla, pero la tierra además es y ha sido la fuente para el sustento de sus hijos, dice la mujer mapuche. También hay mujeres que simplemente no quieren nada con el feminismo, por temor a ser influenciadas o colonizadas por el pensamiento occidental.

El concepto interseccionalidad refiere a la forma en que elementos económicos, sociales y culturales y otros se relacionan e interseccionan en múltiples niveles con la identidad de las mujeres; por ejemplo, en el caso de la mujer indígena que es discriminada por ser mujer, por ser indígena y pobre; aquí confluye el género, la etnia y la clase; en cambio, no ocurre lo mismo con las mujeres blancas de clase alta, tal vez a ellas la sociedad machista patriarcal solo las afecta por ser mujer, por lo que reivindican igualdad de género considerando que lo demás ya está resuelto.

Para comprender la lucha de las mujeres mapuche es necesario conocer su historia, su presente y también identificar las claves que orientan su accionar político colectivo en su familia y comunidad, y su filosofía. Estos datos no están en la literatura, porque gran parte del quehacer de la mujer está en la memoria oral, la práctica comunal. No obstante, es posible encontrar algunos datos que permiten una aproximación a su realidad económica.

No todas las hermanas indígenas se reconocen feministas, fundamentalmente porque consideran que su cultura promueve igualdad entre los hombres y mujeres y porque el feminismo se ha caracterizado por centrarse sólo en los derechos de género, dejando de lado la lucha interseccional que han impulsado a lo largo de la historia las mujeres indígenas.

En las estadísticas las mujeres indígenas aparecen categorizadas en los indicadores de ruralidad. No hay datos desagregados sobre la violencia y la discriminación que les afecta, solo información general.

Según el Observatorio de Mujeres y Territorios, de Rimisp y Casen 2015, las mujeres indígenas representan el 51% de la población indígena de Chile, es decir, más de un millón de mujeres que reconocen pertenecer a los nueve pueblos indígenas reconocidos por la ley chilena (mapuche, aimara, rapanui, lican antai, quechua, colla, diaguita, kawesqar y yagan. Aquí no están incluídos los selknam).

De esta cifra, las mujeres mapuche son las más numerosas porque pertenecen al pueblo indígena mayoritario, con una población total de 1.745.147. Más de la mitad son niñas y jóvenes (el 52% tiene de 0 a 29 años). Residen en la Región Metropolitana, La Araucanía, y Los Lagos principalmente. Hay un gran porcentaje de mujeres viviendo en la ciudad, sólo el 23,4% vive en zonas rurales y constituyen el doble del promedio nacional de población rural. La participación de las mujeres en el mercado laboral alcanza el 47%, frente al 71% de los hombres, con una tasa de desempleo de un 45% mayor; cerca del 30% de ellas son jefas de hogar y el acceso al trabajo es frecuentemente informal e inestable, con ingresos más bajos de lo que perciben los hombres.

Las violencias más conocidas derivan de la criminalización y judicialización de la lucha social por parte el Estado en el contexto del conflicto que tiene con el pueblo mapuche, como son los casos de Lorenza Cayuhan (2015), Macarena Valdés (2016) y el de la machi Francisca Linconao (2013 – 2018). En el primero, Lorenza, mientras era procesada injustamente por un caso de robo de una motosierra, un hacha y una lima a trabajadores de la empresa FUMIVAR que trabajaban para la Forestal Arauco (ver artículo en ElDesconcierto), fue privada de libertad y debió dar a luz a su hija engrillada y con la presencia de un gendarme varón en la sala de parto. Un testigo “sin rostro” la inculpó del robo. El año 2019 dos gendarmes fueron suspendidas de sus funciones por haber sido culpables de vejaciones injustas en contra de Lorenza.

En la historia las mujeres mapuche, indígenas y mujeres en general no figuran como heroínas, son excluidas de lo político, su voces son desconocidas; aunque siempre han formado parte de los procesos sociales de sus pueblos y comunidades, ejerciendo como autoridad originarias y roles de representación importantes, sin embargo, no se han destacado sus nombres.

El Caso de Macarena Valdés se encuentra todavía en proceso de investigación. Ella fue una ambientalista que entre sus causas buscaba impedir la construcción de la hidroeléctrica de RP Global en su territorio, comunidad Newen de Tranguil (Panguipulli)  (ver nota en El Mostrador). En agosto 2016 fue encontrada sin vida en su hogar, colgada de una cuerda. Los familiares de la víctima, no satisfechos con la investigación llevada a cabo por el Servicio Médico Legal, que además intento cerrar el caso calificándolo como un suicidio, convocaron a un experto forense, quien concluyó que “existe la posibilidad que su cuerpo haya sido suspendido para hacer que la muerte pareciera un ahorcamiento suicida” (ver nota en radio Universidad de Chile). Macarena dejó a cuatro hijos pequeños y a un pueblo que clama por justicia.

La machi Linconao vivió la persecución policial por el caso Luchsinger-Mackay, matrimonio de colonos que perdieron la vida en el incendio de su casa; la machi fue acusada de participar en los hechos, incriminada por “testigos sin rostro”. Finalmente quedó en libertad por inocencia; no obstante, durante el proceso vivió discriminación, racismo y vejación de su identidad y de su rol de autoridad espiritual por parte la policía.

Los tres casos, muestran la multidimencionalidad de las violencias que afectan a las mujeres indígenas en un solo cuerpo, como dice Tarcila Rivera (2020); son prácticas del colonialismo interno (González Casanova, 1969)[1] que ejerce el Estado contra los pueblos originarios, donde la discriminación y la negación de derechos están institucionalizadas. El Estado ha criminalizado la demanda social y política de los mapuche, y ello afecta a todos: mujeres, niños, ancianos, dirigentes sociales, muchos de ellos encarcelados por haber actuado en defensa de su territorio.

Hoy el silenciamiento persiste. La mujer indígena no tiene participación en la toma de decisiones políticas, ni en la solución de los problemas de violencias que le afecta; un ejemplo de ello lo constituye la práctica del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género que se ha negado a crear una sección institucional para las mujeres indígenas.

En la historia las mujeres mapuche, indígenas y mujeres en general no figuran como heroínas: son excluidas de lo político, sus voces son desconocidas; aunque siempre han formado parte de los procesos sociales de sus pueblos y comunidades, ejerciendo como autoridad originarias y roles de representación importantes. Sin embargo, no se han destacado sus nombres.

En la cultura colonial, la historia la han escritos los vencedores, hombres, y han llevado a las mujeres a pagar con lo más caro: su propia identidad y presencia en el mundo.  Hoy el silenciamiento persiste. La mujer indígena no tiene participación en la toma de decisiones políticas, ni en la solución de los problemas de violencias que le afecta; un ejemplo de ello lo constituye la práctica del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género que se ha negado a crear una sección institucional para las mujeres indígenas.

En el mundo político externo el hombre mapuche es más reconocido que la mujer; como si las mujeres no tuvieran liderazgos y opiniones políticas. En lo económico, las mujeres han aportado gran parte del sustento familiar a partir de su participación en la economía de subsistencia: siembran chacras, hacer huertas, crían animales menores, venden los productos en la feria del pueblo y así obtienen recursos para la alimentación y educación de sus hijos. También educan: las nuevas generaciones enseñan a sus hijos sobre la vida mapuche, los valores, la lengua y la cultura, pero este aporte tampoco se destaca en la sociedad patriarcal con la que conviven a diario.

Para entender la visión que existe en la cultura sobre lo masculino y femenino, es necesario conocer algo sobre su pensamiento y filosofía presente en las prácticas ceremoniales y en el discurso oral. En las personas como en la naturaleza, hay presencia de rasgos femeninos y masculinos; hay hombres, mujeres, gays y lesbianas, a estos últimos se les reconocen ambos espíritus: ‘epu rume pvji’.

Lo femenino y masculino también se distinguen en la naturaleza. Los cerros pueden ser femeninos o masculinos, también el viento, el puelche es masculino y el viento del lado opuesto es femenino (pensamiento pewenche), incluso el ciclo de un año según la intensidad del frío puede ser femenino o masculino: un año frío es macho y uno más tibio es femenino (Coña, 1927-1988)[2].

Por cierto, las mujeres portamos espíritus femeninos de la naturaleza, también los hombres. Hay mujeres que tienen espíritus del agua, del cerro, del mar, el arco iris, el caballo, y otros.  En el pensamiento mapuche nos encontramos frente a seres humanos que tienen la identidad de la naturaleza en su propia identidad. Por otro lado, en la ética mapuche lo más importante es ser che ‘persona’ y tener una vida equilibrada entre las personas con la naturaleza, más allá de la identidad sexual (hombre, mujer, lesbiana, gay), importa el comportamiento de persona. Para ello hay que ser kimche, sabio; newenche, tener fuerza espiritual; poyence, afectuoso cariñoso y norche, ser justo. Todos deben actuar como personas, respetarse entre ellos y respetar la naturaleza, eso es lo más importante para el mapuche.

El mundo tradicional colectivo cada vez tiene menos fuerza; hoy en las comunidades existen prácticas patriarcales y machistas provenientes del pensamiento eurocéntrico, de la escuela, el cristianismo, al que estamos expuestos los pueblos indígenas.

Como se puede ver, en la cultura mapuche tradicional, lo femenino y masculino va más allá de la persona: se comparte con la naturaleza, así se potencia la identidad y el sentido de ser. En las prácticas culturales hay espacios para lo femenino, masculino, lo diverso sin discriminación, solo importa que, al tratarse de los seres humanos, ellos se comporten como personas y respeten la naturaleza.

Si se entiende el feminismo como una práctica de auto identificación con la naturaleza, pienso que en la cultura y sociedad mapuche el feminismo ha estado presente en la vida de las mujeres a lo largo del tiempo; como también lo ha estado el sentido de ser masculino, hombre; o ambas en el caso del epu rume pvji. Estos espacios están asociados a roles, funciones vinculadas a diferentes liderazgos y trabajos ejercidos en el espacio comunitario: hay tejedoras, sabias medicinales, madres, como otras prácticas específicas. La mujer tiene espacio, derechos y participa de las prácticas comunitarias, no está aislada ni menos invisible en la vida comunal.

Pero este mundo tradicional colectivo cada vez tiene menos fuerza: hoy en las comunidades existen prácticas patriarcales y machistas provenientes del pensamiento eurocéntrico, de la escuela, el cristianismo, al que estamos expuesto los pueblos indígenas.

El pensamiento eurocéntrico pone al hombre como un ser superior a la mujer y a la naturaleza, y hemos seguido ese pensamiento, unos más que otros, como modelo de civilización, tal cual no los ha entregado la escuela. Además de la violencia política descrita anteriormente, hay violencia patriarcal e invisibilización de la mujer por parte de los hombres, los propios hermanos: ello se expresa en maltrato doméstico, negación del derecho a la tierra por ser mujer en algunos casos y otros. El hombre, además, manifiesta temor y desconfianza frente a las mujeres que opinan como mujeres y se organizan en grupos de mujeres. El patriarcado es un mal transversal y también hay mujeres mapuche patriarcales que lo fomentan, privilegiando a sus hijos hombres por sobre las mujeres.

Se necesita una cultura despatriarcalizante a todo nivel, incluyendo la cultura mapuche. La reflexión de las mujeres es que hay que descolonizar la mente y la práctica, volver al valor de la naturaleza y de las relaciones de complementación en la diferencia entre lo femenino y masculino. Hay mujeres indígenas quienes piensan que el patriarcado es endémico en las culturas originarias (Julieta Paredes, 2017)[3], mujeres que trabajan con las culturas andinas hablan del entronque patriarcal, para explicar el patriarcado ancestral de los andinos que más tarde empalmó con el patriarcado de los conquistadores españoles, multiplicando la violencia contra las mujeres.

Desde una mirada mapuche y de su filosofía liberadora en tanto respeta a las personas y a la naturaleza por igual, no habría entronque. Los andinos, a la llegada de los conquistadores, ya habían incorporado la esclavitud, las castas y las relaciones jerárquicas que diferenciaban entre hombres y mujeres. En la historia mapuche el patriarcado entró con el contacto con los colonizadores y con la guerra sostenida por siglos.

Las prácticas femeninas de las mujeres con la tierra han sido valoradas por parte de la literatura feminista que rescatan los trabajos de las mujeres indígenas y campesinas en el mundo, sus aportes a la economía de subsistencia que ha empoderado a las mujeres y le ha dado cierta independencia, además de cuidar la tierra y sustentar la seguridad alimentaria. Silvia Federici (2013)[4] dice que las mujeres son quienes a lo largo de la historia del planeta han liderado la economía de subsistencia; Vadana Shiva[5], también destaca el mismo punto en sus múltiples obras y videos, dice que las mujeres son la mayor expresión de la fertilidad y productividad del planeta. Los huertos de verduras y plantas medicinales son necesarios para educar sobre la vida y el valor de la naturaleza, también, para explorar estrategias de como resistir frente a la dependencia del supermercado.

En esta fecha cuando se conmemora el Día Internacional de la mujer, es necesario ampliar el feminismo. No existe uno sólo, porque existe diversidad de mujeres, de opresiones y violencias. Para ello es muy importante documentar y escribir sobre la historia de las mujeres. Tantos mujeres como hombres tendrán que escribir la historia de sus madres, abuelas y rescatar sus riquezas, sus verdades, saber quiénes son y de cómo formaron generaciones de mujeres libres o sumisas. Contar, nos permite darnos cuentas que podemos hacer teoría con los saberes que están en nuestra memoria y experiencia, de los sueños que no tuvieron cabida en otro lugar, este ha sido el método como las mujeres mapuches contando sus historias recuperan su filosofía, lengua, y su idea de ser mujer en el mundo.

|| Fuente CiperChile.cl

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